Tributo, carta a mis padres
‘Como un rayito de luna, en mis noches sin fortuna, iluminando mi cielo como un rayito, claro de luna’… (cancion popular)
Seria imposible empezar a contar mi historia, sin tener que dejar de exponer los hechos y momentos que nos atan. Seria dificil dejar a un lado como comienza el asunto. De cuando Rosario desciende de un bus vetusto con su hija de adolescencia, un bus que la trae a sostener mejores suenos y ansia de progreso, dejar un area violenta como Caldas, dejar una region por ser victima de una guerra politica que nos mata por mas de sesenta anos, una victima mas de la trifulca que se armaron los senores godos y liberales en ansia de fama y tierra. Imagenes monocromas y sepia que narran la historia de Rosarito buscando refugio en tierras vallecaucanas, aforando cuanto tenia atravez de los Ferrocarriles Nacionales.
Narrar esta historia produce euforia, y no es facil. Empezar a rescatar de los baules empolvados las conversaciones que se dieron en muchas noches de vela, frio, y lluvia para cultivar mi memoria. Un trasegar de nueva vida e ilusiones sinpar.
Imagino a Gaby, creciendo en ese valle de promesas, de vestidos largos, clasicos tafetanes, linos y hasta organzas, cantando estribillos en sus tardes libres cual professional y cada vez que la pienso me la imagino entre boleros tipo rayito de luna, romantizando por la las epocas vividas junto a Rosario, su tia Mercedes, Nidia, Rosaura, Rene y Erasmo companeros de lucha, todos una bella novela.
Como se conocieron mis padres no me es muy concreto, pero solo pienso en la foto de la peluza de Gaby y de Guillermo juntos, de una union tierna, rodeados de jardines y adoquines marron, ventanales amplios y cierto olor a tierra tras la leve llovizna. Enumerar en imagenes los gratos momentos por crecer en un pueblo sano, donde en su epoca muchos se conocen, con su iglesia, su escuela de primaria, su tendero , los vecinos Garcia, Rojaz o Castro, las vecinas Carmen, Luzmila, Don Isidoro o Don Pacho.
Las historias de ellos siempre son gratas, junto a las de la abuela quien ademas era bien ingeniosa y sus comentarios en creacion laboriosa corrian a raudales, aguja, dedal un pasatiempo y con las tijeras creaba una extrategia, pues fuimos motilados uno a uno mientras leiamos a sonrisa y lagrimas la alegria de leer o el libro de Coquito bajo la sombra de un arbol de guayaba al que se le filtraba de vez en cuando la desesperacion que causa la intensidad de un sol canicular.
Y lo mismo diran sus nueve hijos: Amparo, Liliana, Lukas, Henry, Gabriela, lo decia Elizabeth la peludita Kavafiana favorita, a quien extranamos y amamos (..y era la fanatica numero de Antonio Machado y Carranza la hija), junto a Arturo Palacios de su barrio el jardin en su tierna historia de amor. Y hablara el negro Eduar con la memoria por su camiseta a rallas, pantalones cortos portando su tarjeta de identidad y aduciendo: ‘manifiesto no saber firmar’. Hablara Bob y Diego el noveno y se vendran las risas y preguntas de sus nietos a monton, y por que abuelo?, cuenteme.
Hablar de mi madre y padre es acordarme de que tengo que levantarme a comprar la leche en la factoria y el pan donde los Acevedo. A ellos una luz en nuestra oscuridad por una mejor formacion a punta de sudor, una ventanita de inspiracion con disciplina, humildad y respeto. Habitantes de la carrera quinta, numero cinco ochenta y cinco, barrio la Maria, dos arboles de almendro, uno de guayabo, badea, mango y aguacate. Alli crecimos todos, con paisajes azules vistos desde la ‘Loma’, divisando la Iglesia de San Bernabe, con cura de Polonia, plaza principal con tenderos hijos de emigrantes de Yugoeslavia, con barberias, con boticas, famas, comisariatos y hasta panaderias que con su olor levantaban mis mananas de café colado, con el periodico ya anunciado del domingo y peleando fuertemente al caer del dia uno a uno por quien se merecia de verdad la recompenza por leche y nata. Si alli crecimos todos, junto a los vecinos W, T y hasta H.E, la casa del callejon ancho y anuncio color amarillo que anuncia: se repara tuberia’. La casita de veinte metros por cinco, inicialmente de color ladrillo, canabrava, teja y baldoza de fabricacion marca Arteaga, escalera hecha en guadua, mochilas llenas de ‘babilejos’, manguera transparente para medir niveles y a un lado en descanzo la carreta gris oscura, rueda de goma que casi todos empujamos y que ahora es de H. La casa visitada por el tio E, Luis E, Otilia y Pedro R, la casa que repartio a sus vecinos hartas tasitas de azucar y conversas mientras mi madre con su delantal a cuadros azul y blanco hermoso, escoba en mano sacudia el polvo de su anden junto a sus vecinas en busca de las ‘ultimas’ con discrecion. Enumerar tantas memorias sobre su tiempo juntos, desde mi crecimiento a la adultez, es fantasear desde la distancia por los grandes ratos de ensenanza y formacion humana, por empujar este carruage de suenos que somos hoy sus hijos y nietos.
Y si quiero escribir sobre ustedes hablaria del amor en union familiar, del tiempo vivido y por vivir, de lo que nos apega dia a dia por ser. Me acordaria de los viejos tiempos, donde no teniamos la tele y en las noches con corte de luz y todo ustedes nos dejaban alucinando al no poder entender cuando en su charla en clave se escuchaba: ‘Apa-epe-sepe-lepe-hipi-ciepe-ronpo-pispi-topo-lapa’. Entonces si.
El negro.
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